En el solar del Staples Center ha aparecido un pequeño tallo verde. Minúsculo. Una pequeña hebra entre el parqué. El polvo del suelo árido levanta el vuelo gracias a una casi inapreciable brisa que proviene de una puerta abierta cerca de la pista.
En el segundo anillo de butacas azules un operario subido a una alta escalera sacude una gran bandera. Una tela procedente de otros tiempos, de guerras victoriosas ante los orgullosos verdes.
En sus ojos se vislumbra un brillo olvidado. Una pequeña esperanza. Un futuro posible. Pero también recuerda intentos fallidos llenos de promesas de jugadores fantásticos que otrora jugaban en esa pista, pero que en los últimos años ya solo la ven como un lugar para el recuerdo sin posibilidad de esplendor.
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O al menos así lo veo yo. Fantasioso, majestuoso, legendario. Sentado en mi ordenador. Viendo y leyendo sobre las victorias de Lakers. Así en plural.
Y es que ni el más optimista del reino del optimismo utópico (por seguir con el símil de dragones y princesas) se esperaba que el primer año post-Kobe iba a comenzar así. Con unos Lakers desenfadados enmascarando su falta de experiencia con un talento que sale a borbotones y una personalidad impropia de un equipo que ha perdido al líder que durante 20 años ha sido santo y seña de la franquicia.
La llegada de Luke Walton al banquillo angelino y el buen ojo del General Manager (negaré este cumplido a Kupchak en el futuro) en el draft hace que Los Ángeles Lakers tengan un balance positivo en este inicio de temporada y sobre todo, pone la semilla de la esperanza a todo aquel seguidor ‘laker’ que no abandonase su afiliación a los de púrpura y oro en las dos pasadas temporadas.
Los dos años de ‘tankeo’ impropios de un equipo como los Lakers acaban con la elección de dos jugadores que pueden marcar el futuro de la franquicia.
D’Angelo Russell en el draft de 2015 (pick criticado por no escoger a Okafor) para el que el tiempo parece que pueda darle la razón a la jefatura técnica de los de amarillo por apostar por el que se puede convertir en el segundo mejor jugador de esta generación por detrás de Karl Anthony Towns, y con permiso de la dinamita de Devin Booker y los movimientos extraterrestres de Porzingis con sus 7 pies (‘2) de altura.
Los números del base la temporada pasada (unido a su carácter) no esperanzaban mucho al aficionado, pero con la llegada de Walton parece que en esta segunda temporada se comienza a vislumbrar su talento anotador y a apreciar el trabajo día a día para convertirse en uno de los mejores playmakers de la liga en el futuro.
En junio de 2016 a Russell se le unió uno de los mejores proyectos de anotador, ¿y jugador franquicia? del draft. Brandon Ingram. Alero espigado y con un arsenal de movimientos ofensivos que recuerdan al ‘tanteado’ Kevin Durant. El ex de Duke está llamado a ser el referente ofensivo de Lakers. Su impacto no está siendo inmediato y Walton está administrando sus minutos en pista con el objetivo de no cargar de responsabilidades innecesarias al jugador.
Dos piezas para un futuro prometedor que se unen al carácter irresistible de Julius Randle. El ala-pivot es el alma de estos nuevos Lakers. Tras perderse la temporada 2014-2015 por una lesión y adaptarse a la liga el pasado año, Randle ha comenzado a mostrar el talento que tiene dentro y a falta de un líder claro está aportando la vitalidad que contagia de forma mágica a todo el equipo.
El díscolo, e irregular, Young, el descaro de Clarkson y los puntos que se caen de las manos de Lou Williams completan un equipo divertido para ver y esperanzador.
Sin embargo, los rumores propios de otra época amenazan lo que parece una inesperada y bien conducida reconstrucción. El ansia de la franquicia por ganar el anillo hace que nombres como Lamarcus Aldridge (que los mentideros dicen que podría salir de Spurs antes que después) o Blake Griffin (estrella absoluta el verano de 2017 en la agencia libre) suenen para un equipo que no sabe vivir sin una estrella deslumbrante y que nunca tuvo paciencia para las reconstrucciones pacientes y bien edificadas.
Yo no contemplo un futuro sin mis muchachos. Los que están aprendiendo a competir. Los que me divierten. Los que de momento ganan más que pierden, pero la lógica les enseñará que las derrotas serán igual de enriquecedoras que las victorias.
Quiero que la próxima estrella de Lakers se llame D’Angelo Russell, o Ingram o Julius Randle. O los tres. O ninguno. Pero me gustaría que las prisas no convirtiesen esos nombres en carne de traspaso por un jugador de impacto inmediato pero perecedero.
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El operario bajó de la alta escalera y miró abajo. El polvo estaba desapareciendo. La madera parecía brillar. En uno de los lados había un hombre tal vez demasiado joven para el lugar desde donde le miraba. Confiaba en él. Venía de tierras donde los (W)erreros conseguían proezas. Tal vez fuese el general que necesitaban.
No lo tendrá fácil.